Mi-Maldito-Blog

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sin un teletón

Me emocionan las historias de gente que logra el éxito comenzando desde abajo. Con obstáculos mayores a los que enfrenta el ciudadano promedio. Problemas económicos. Familias disfuncionales. Discapacidades.
Fue en 1990 cuando alguna productora descubrió a este pálido jovencito llamado Edward. Su problema era grave y no tenía quién se ocupara de él. Su padre había muerto años atrás. De su madre nunca supo. Vamos, ni siquiera tenía un apellido.
Pero sí tenía sueños. El sueño de encajar en sociedad y brillar. Triunfar.
No es como que desde el principio hubiera deseado ser una estrella del cine, sólo quería ser aceptado, conocido y querido. La oportunidad de lograrlo la halló a través de la actuación, tras presentarse en aquel fallido talk show en el que el cotidiando problema de no saber controlar sus manos le hizo recibir una descarga eléctrica al intentar tocar el cable de su micrófono y cortarlo inevitablemente.

Y es que el problema de Edward era grave. Era único. No se ha vuelto a ver problema similar desde entonces. Edward había nacido sin manos. A cierta edad, su padre, un reconocido cirujano pionero en la reconstrucción estética de esos años, le había colocado de manera temporal un manojo de tijeras en el extremo de cada brazo. Antes de lograr realizarle el transplante, falleció de un infarto fulminante; dejando a Edward sin manos "normales".
Por eso Edward se había ganado el sobrenombre de Scissorhands. Manos de Tijera.
Pero el éxito llegaría. Algún loco director de Hollywood no tardó en notar su carisma y decidió hacer una película con él.

Aún así, con todo y su incursión en el cine, no fue camino fácil deshacerse de las tijeras y conseguir sus manos. La operación era costosa, y aunque con la primer película vendría la fama y la fortuna, el ahorro no era una cualidad propia del joven Edward. Con hojas afiladas por manos era difícil mantener el dinero a salvo.
Los billetes se destruían. Las monedas, imposible siquiera sostenerlas.

La perseverancia y ayuda de buenos amigos lo salvaron. Y su par de manos nuevas que, por supuesto, funcionaban mejor que si ya tuvieran sus 20 y tantos años de uso. Y un nuevo nombre, Johnny Depp. Y una serie de contratos millonarios en películas de Hollywood. Y el aplauso de todos ustedes. Vámonos.

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